domingo, 12 de abril de 2009

Mi Buenos Aires I

-Què era Irlanda? Una música, potser.
La pell freda. Albert Sànchez Piñol




Cuando se escribe sobre un viaje se corre el riesgo de caer en el género "querido diario íntimo". Más aún si se trata de un viaje personal planeado con objetivos más allá de los turísticos. Estos quizás podrían resumirse en un intento de entender mi génesis. Como ven, de nuevo viajo para conocer mi geografía, así que es en este punto que pido al lector que se pregunte cuál es su razón de ser, qué andaba buscando con el ejercicio de su lectura.

Pues bien, los que anden buscando una descripción precisa y pragmática de la capital argentina, con datos y demás que pinchen aquí.

Al resto, me gustaría contarles un viaje que hice el año pasado con parte de mi familia para conocer a otra parte de ésta. Era el mes de mayo y a pesar de saber que era un suicidio estudiantil preparé las maletas teniendo en cuenta el otoño y que no iban a ser más que quince días.

Creo que fue al sentarme en mi acomodación turista de Aerolíneas Argentinas, aún en Barajas, cuando tuve por primera vez la certeza de estar en otro mundo -en el Tercero, para ser exactos. Fue el tapizado azul marino, las texturas, las blusas de las azafatas... dentro del avión aún reinaban los años noventa. Al fin, en contra de lo que parecían indicar los cuatro o cinco cambios que la compañía aérea -famosa por ello- había hecho en el horario del vuelo, el despegue fue un hecho.

El primer día la capital bonaerense me redujo -quizás este no sea el término exacto- a aquella etapa de la niñez en la que uno no conversa: sólo pregunta o exclama. Al volante mi tío el cardiólogo, y yo, apiñada entre primos, tíos y alguna que otra abuela, pude dejarme cautivar por el caos del tránsito de la ciudad. Mi primer paseo fue en el carril central de Rivadavia, entre una comitiva de cláxones que festejaban la última victoria del Racing -festejo al que se unía mi familia y un coche patrulla- y el humo negro de los tubos de escape más sinceros que he visto en mi vida. Y qué decirles de los paseos a pie por Flores. ¡Andar por las grandes avenidas era un espectáculo! Puede sonar trivial, pero es que aquellas calles de Buenos Aires son vida en estado puro. Con ello no quiero que nadie se imagine tangos o intelectualidad. Que nadie piense literatura. Quiero que vean adoquines levantados, repartidores de flayers en cada esquina, abrazos gratis que probablemente estén planeando afanarte la billetera, caras que son espejos de almas de todo tipo, que no están allí, están ensimismadas en sus preocupaciones y no buscan la aceptación. En la vereda, el ruido de la concentración de coches es tal que no escuchas a tu vecino. Pero cuando te detienes a por una empanada puedes llegar a ser testigo del más lúcido escáner sociopolítico en la zapatería-quiosco de Juan. Porque, a favor del mito hay que reconocer que, además de psicoanalistas de nacimiento, los argentinos son sociólogos, politólogos y toda ciencia que invite a la controversia. A favor del mito cabe hablar de la arrogancia porteña que, diría, está un poco maltrecha. Y se traduce, como en eco, a unas caras conocidas que se ponen graves "vos sabés como está la Argentina...". Para consolarse, preguntan por Europa, con un brillo en los ojos que asusta. Luego hablan de su sangre española y vuelven a resignarse, sonámbulos, en su día a día.

Y esto no es todo, por supuesto. En breve trataré de hablarles acerca de sabores, colores y pantallas, entre otras cosas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario