domingo, 1 de marzo de 2009

¿Es posible la creación estética prescindiendo de los tópicos?



¿Para qué sirve un escritor si no para destruir la literatura?

-Rayuela. J. Cortázar. 


Qué sería de Londres sin el punk, de Andalucía sin su siesta, del amor sin París. Qué sería de los abuelos del parque sin sus batallitas y fantasmas. Qué de sus nietas sin la minifalda. Qué del borracho sin la farola. Qué sería de la isla sin el sol y playa. Qué de la farándula sin sus excentricidades. De los malditos sin la absenta.

Estas reducciones de la realidad permiten al auteur transmitir en un segundo toda la carga que pretende concentrar en un elemento de su obra: que entendamos de un chispazo quién es el malo de la película, que presagiemos la fatalidad en un agudo la bemol. Para mí se trata nada más que de inocencia. Romanticismo, si se quiere -término odiado por muchos, quizás por caer en el error de tomárselo demasiado enserio-. Tópicos. Piezas todas integradoras de un imaginario colectivo que se ha ido construyendo libremente hasta convertirse casi en ley. A veces, y esta es la cara menos amable, en negocio.

Pero volvamos a esta concepción romántica del tópico. Si ésta me resulta atractiva imaginen la idea de rodearla de dinamita y hacerla volar por los aires. El ser humano, para entender tanto infinito, necesita de la simplificación, dada su naturaleza limitada y perenne. De no ser por ésta la sensación de vértigo podría llegar a ser fatal. Y con nuestro miedo a las alturas juegan algunos creadores. Ellos se alimentan del tópico para aniquilarlo. Son matricidas encantadores. La triple vuelta a la tortilla que solo es capaz de dar el genio, porque es la que cambia el rumbo de la nave.

El resto también crea vida a partir de los tópicos, pero de otro modo. Unos, como el pintor costumbrista Joaquín Sorolla, de cuya -tópica y benevolente- visión de España podemos disfrutar hasta el 3 de mayo en el MNAC, explotan estas formas de "conocimiento"; otros, tratan de situarse lo más lejos que pueden de él y crear fuera de sus fronteras. Pero ignorarlo, jamás.

Que se lo digan al caballero de la triste figura o a Norman Bates. Para qué huir de los tópicos si se puede construir un hermoso paisaje con sus entrañas.







PD: qué difícil, señor Perceval, pero qué divertido. En breves prometo una de moriscos, no sé porqué, pero se me están resistiendo los condenados.

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